domingo, 13 de octubre de 2013

Joyas

Un hombre de mediana edad, cansado de no encontrar a la mujer de su vida, entró en una joyería.
El dependiente le dio los buenos días, y le preguntó en qué le podía ayudar.
-Quiero una mujer -dijo el hombre, muy decidido.
El dependiente,  hombre mayor, calvo, con esas pequeñas gafas que resbalan hacia la punta de la nariz, y que posiblemente jamás había ido dos calles más allá de la tienda; le miró como si no hubiese oído bien.
- ¿Perdón?
- Sí. Quiero una mujer. Vengo buscando a una mujer.
- Pero, pero... aqui no vendemos mujeres- respondió titubeando el joyero, en  un gesto que  abarcaba la tienda entera.
- Eso ya lo veo- respondió el caballero-. Es obvio que no venden mujeres. Es una joyería, no un prostíbulo; pero yo quiero una mujer que sea una joya.
   Tras un largo e incómodo silencio, el hombrecillo reaccionó, tratando de simular que le hacía gracia la broma:
-Aaaah! ya entiendo... entiendo... - contestó con una risa extraña, polvorienta, como recién sacada de un baúl donde hubiese estado guardada mucho tiempo-. Espere un segundo, veré si puedo encontrar lo que busca.
    Pero antes de que hubiese desaparecido  para traer la pieza que tenía en mente, el hombre de mediana edad le cortó.
- No, no me ha entendido -su voz sonó alta y firme, y consiguió que el joyero se detuviese, girándose para mirarle-. No es una joya en forma de mujer. No busco una cadena o un broche con una Venus de plata saliendo de una concha... o algo así. Lo que quiero es una mujer de verdad, una mujer que sea una joya.
- ¿Una buena mujer?
- No, una mujer que sea una joya. Literalmente, una joya, ¿comprende?
    No. El hombre que llevaba cuarenta años sacando bandejas con alianzas de boda y pedidas de matrimonio, pulseras de oro para las queridas y medallas que rezaban "felices bodas de plata" para las esposas, no entendía nada y decidió que aquel hombre o bien estaba loco, o bien le tomaba el pelo.  Lo más probable era lo segundo, pero aún así haría menos el ridículo si le seguía la corriente. De cualquier otro modo no se le ocurría cómo podría reaccionar.
- Entonces...- dijo frotándose las manos algo nervioso y retornando al mostrador- Entonces el caballero quiere una mujer que sea, en sí misma, una joya... ¿no es así?
- Correcto- contestó el hombre-. ¿Puede hacerse?
- No veo por qué no. Todo puede hacerse, aunque tiene un precio. Pero, permítame preguntarle :¿de qué material le gustaría que fuera su mujer?- dijo casi con miedo, temiendo que el hombre que tan llanamente había decidido pedir una mujer joya le tomase por tonto al no saber cómo debería estar hecha semejante criatura.
     El hombre de mediana edad se quedó pensativo. Realmente era algo sobre lo que no había meditado al entrar en la joyería. A decir verdad había meditado muy poco sobre nada antes de entrar, simplemente se había dejado llevar cuando pasó delante de las vitrinas y la idea le vino a la cabeza. En lo que realmente venía pensando, era en todos los fracasos amorosos sufridos pese a sus muchas cualidades; entre las que figuraban clase, elegancia, una buena apostura y mejor cuenta corriente.
- No lo sé, contestó al cabo de un rato. En realidad cualquiera me vendría bien. Que brille, eso sí. Que brille mucho.
- Entonces... ¿le puedo sugerir, brillantes?
- ¿Brillantes? ¿quiere decir diamantes? no creo que haya tantos en el mundo como para...
- No,  no- corrigió el anciano con una leve risa que parecía un estertor-. No se apure. Brillantes. No diamantes. Son parecidos pero de menor calidad.
- Ah...
El hombre de mediana edad se quedó pensativo. Durante unos minutos sus ojos se perdieron en las paredes de la joyería. Los estantes blancos, iluminados de modo uniforme resultaban asépticos pero relajantes.
- Perdone usted-. Interrumpió de pronto el anciano-.  Sé que me meto donde no me llaman pero... la curiosidad puede conmigo. ¿Puedo preguntarle por qué quiere una mujer que sea una joya, literalmente una joya? Porque... claro, todos queremos a tener a una joya de mujer pero...
- ¡Oh! es fácil.-  le cortó el hombre- Quiero una mujer que sea una joya para que no me las pida.

El viejo joyero pestañeó, parpadeó y volvió a pestañear. Era una lógica aplastante y esta vez no preguntó nada porque el argumento le había convencido. No tenía nada que objetar.  Asintió con la cabeza, se recolocó las gafas y  tomó papel para apuntar.
- Entonces, habíamos quedado en que la quería de brillantes, ¿de qué medidas?
- ¿Brillantes? Oh, no, no no...  de Brillantes va a ser demasiado caro. Mejor algo más barato y a la moda, ¿no? así ella estará contenta durante mucho tiempo de ser como és y no me pedirá nada...- Y viendo que el hombre le miraba con la seriedad de quien espera una respuesta de su cliente, con poca paciencia y muchas cosas por hacer, finalmente dijo- Ya sé. Pongamela de "Cristales de Swarosky".

                                                                                                                 Muriel Dal Bo 27 del 6 de 2013



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