miércoles, 30 de abril de 2014

El rostro intacto




Mi rostro intacto, aún conserva su perfección con leves muescas.... como las esculturas que tanto amo, como los bajorelieves de las ruinas de Persépolis. ¿Cómo ha llegado hasta aquí, sobrevivido durante cuarentaydos años? Ni cicatrices, ni quemaduras, ni una mella, apenas algunas manchas, rancias pecas sobre una superficie que jamás llegó a ser de marmol; quizás sí, de alabastro. Aún recuerdo cuando mi piel era tan fina y tan clara que las venas se transparentaban en mi pecho, hasta la punta de mis senos, en mis brazos, dibujando los contornos. Eran los inviernos del trópico donde podía huir del sol, donde no tenía un color tostado y me miraba desnuda ante el espejo a la sombra de los Jacarandás florecidos de color violeta, golpeando suavemente las ventanas de mi tercer piso.
  Era joven, había tiempo.
Y sé que el tiempo es relativo, que para nosotros cuarenta años son un mundo y para una sequoya gigante la milésima parte de él...  pero en esa relación desproporcionada, contando con que nosotros nos movemos, nos arriesgamos y sí, podemos huir de los incendios, pero también los provocamos, vuelvo a preguntarme: ¿Cómo ha llegado mi rostro, lo más valioso que mi cuerpo, íntegro hasta hoy?
 Se me antoja un milagro pensar que ha sorteado todos los accidentes posibles y se ha preservado. No se ha degradado, no se ha desteñido, ni resquebrajado, ni diluido. No se ha derretido, ni cambiado apenas, no se ha arrugado ni consumido. Mi rostro, como el de Dorian, guarda el secreto de su belleza incluso para mí. Mientras, el resto de mi cuerpo muestra la decadencia de los años y de una vida sedentaria.
    De cuello para abajo, todo son huellas, todo se derrumba, todo se destruye como una marmita resquebrajada por el fuego en el que se cocieron demasiados hechizos, se dehace en carbón negro. Los pliegues robados a mi rostro, las carnes flácidas escatimadas a mi cuello, se descuelgan en cortinajes rasgados de mis pechos, de mi espalda, de mis brazos, de mi vientre...
    Como si hubiera hecho un pacto. De rodillas sobre cristales ardientes rogando con lágrimas puras, por la conservación de mi rostro. Como si el diablo hubiera aceptado mi ofrenda pero diciéndome: "No hay retrato",  me concedió, a cambio, la lenta destrucción de los frisos que componen este partenón que es mi frente, apenas con mácula, para que no pudiera notarlo. Así, quizás de este modo, podía seguir soñando. Imaginar que como mujer aún era seductora, y bella y potente, y enlazar a hermosos jóvenes por la cintura con el brazo de mis sueños incendiarios.
   Nada más, una ilusión tras un rostro de marmol rosa. No diré que es blanco. Es rosa, cada vez más opaco. O como el marfil, que amarillea con los años. Y lejano de mí se muestra al mundo en fotos mientras permanece en el banco de las horas que es esta montaña. Es un rostro televisado a través de una red ficticia, un rostro que nadie toca, y solo una persona acaricia. Las manos de oro se quedaron en el valle de mis sueños podridos. No me rozan.
   Me rozaron. Sé que mi piel es suave. Sé que encanta a quien la toca.
Conservada entre las nieves de las cumbres como en un hielo perpétuo a traves del que se mira.. así se conserva mi rostro, de piel fragil.
   ¿Es el delicado cautiverio al que está sometido el que lo ha preservado?
Porcelana imperfecta que guarda dentro las cenizas de un muerto, en eso se convertirá cuando el tiempo haya dado cuenta de mis miembros y mis huesos, y sólo él quede en el suelo, cáscara vacía entre la tierra de un sepulcro natural hasta el que todo camino fue olvidado.